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Jueces y fiscales antes del juicio: Una costumbre antiestética

Jueces y fiscales antes del juicio: Una costumbre antiestética
Los justiciables no entienden la atmósfera de conchabeo entre jueces y fiscales, sobre todo en las mañanas de juicios en los que ninguno de los dos se mueve de sus puestos.
31/5/2015 00:00
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Actualizado: 16/6/2022 03:39
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Recientemente me vi en una conversación con un conocido fiscal con el que salió a colación el tema de la “estética”, en los juicios.

Para las personas que penetran en las salas de vistas de la Justicia de toda España, por vez primera, lo que más les llama la atención es eso, precisamente, la “estética”.

O la falta de estética, hay que decirlo claro y alto.

En concreto, la costumbre extendida en todos los tribunales penales de que el fiscal esté ya en la sala, junto con los jueces, charlando amigablemente con ellos, como si se conocieran de toda la vida y fueran amigos íntimos.

Antes que el abogado defensor y su cliente.

Esto, hay que decirlo, pone públicamente en tela de juicio –al menos en apariencia- la neutralidad, imparcialidad e independencia del propio tribunal.

Los letrados, fogueados en mil juicios, lo tienen ya asumido y hacen como si no fuera con ellos.

El fiscal, del que hablaba al principio de esta columna, me miró con sorpresa a los ojos. Como si yo fuera un extraterrestre.

“Así que cada vez que termine un juicio el fiscal tendría que salir de la sala, esperar fuera y volver a entrar. ¿Y si son varios los juicios en los que tiene que intervenir ante ese tribunal esa mañana? ¡Pues vaya lío! ¡No lo veo!”, me contestó.

¡No lo veía!

“Pues deberían verlo. Y deberían hacerlo cuanto antes”, le contesté con una sonrisa amigable.

Y tenerlo en cuenta para cuando se elabore la futura Ley de Enjuiciamiento Criminal, el código procesal penal que sustituirá al vigente, redactado en su primera versión en 1882.

Entre muchos letrados se comparte al ciento por ciento esta visión, pero no se le ve ninguna salida, tengo que decirlo.

“Es cierto, tienes toda la razón. Es una mala costumbre. pero ahí está, ¿cómo la cambias?”, me decía uno de ellos.

La cara de los clientes, cuando les toca vivir esto, es siempre la misma: Una mezcla de perplejidad y sorpresa.

Porque tienen la impresión de que entre jueces y fiscales el “pescado está todo vendido”.

“¿Cómo era eso de la igualdad de armas de la que me hablabas el otro día, que decías que pone la ley? Eso de que el juez es como un árbitro en un combate de boxeo y de que vosotros y los fiscales sois como dos púgiles y que vuestros golpes son el uso que hacéis de las pruebas en el juicio en cada momento. Pues, querido abogado, con jueces tan amigos de los fiscales como estos, aquí no veo victoria. Es la impresión que me dan”, cuenta el letrado que le dijo un cliente antes de un juicio.

Lo que me trajo a la memoria una conversación que mantuve en su día con Enrique Bacigalupo cuando era magistrado de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo.

Bacigalupo, hoy reconvertido en abogado, me dijo que ese era, precisamente, su planteamiento.

“En ningún país de nuestro entorno, salvo en el nuestro, el tribunal está sentado cuando el público penetra en la sala. Es al contrario. Sucede como en las películas que todos conocemos”, relataba el magistrado.  

“En todos los países entran primero las partes; el fiscal, el abogado defensor, el acusado, el público. Y cuando están todos sentados en la sala se da la voz clásica: ‘¡En pié! Entran los señores magistrados’. Entonces todo el mundo se pone de pie y así permanece, hasta que el tribunal da la orden de que se sienten. Y empieza el juicio”, añadió Bacigalupo.

En esto España es anómalamente distinta.

En los juicios que le tocó presidir el tribunal en el Supremo Bacigalupo siempre lo hacía así. Al estilo europeo. O americano. Fueron varios.

Y funcionó.

Acabó con la impresión pública de conchabeo antiestético.

Sin embargo, su iniciativa no se generalizó entre sus compañeros.

Parecía como si a ellos les diera reparo, vergüenza o pudor seguir una mal llamada “tradición” que no era española.

Así que se echó en el baúl de los recuerdos una vez que Bacigalupo dejó el Alto Tribunal.

Tengo que decir que el conocido magistrado no lo hizo porque sí.

Se amparó en la inexistencia de una norma específica en la mencionada Ley de Enjuiciamiento Criminal que estableciera que se hiciera de esta forma concreta. 

No pone en ningún sitio que el tribunal y el fiscal tienen que estar en la sala antes de comenzar el juicio y que, después, entran el abogado y su cliente.

Tampoco dice que no se puede hacer como se hace en el resto del mundo.

“Desde mi punto de vista, esta escenografía realza más la figura del tribunal como árbitro neutral ante las partes”, relataba Bacigalupo.

El conocido magistrado se sirvió del viejo principio del derecho: “Lo que no está prohibido está permitido”.

Es decir, si nada lo impide de forma expresa, se puede.

Es evidente que esta es una costumbre poco adecuada para los tiempos que vivimos.

¿Por qué no cambiarla?

El artículo 120 de la Constitución dice que la justicia emana del pueblo y que los jueces y magistrados la administran en su nombre.

La base de la legitimidad de los hombres y mujeres que hacen justicia en nuestro país se puede resumir en dos palabras: confianza pública.

No hay más.

Confianza pública en su trabajo, en su profesionalidad, en su independencia y neutralidad.

No hay peor disolvente de la confianza pública hacia los jueces y hacia los fiscales, que esta mala costumbre.

“La mujer del César además de ser honrada debe parecerlo”, dice el viejo dicho.

¿Por qué no parecerlo?

Ya va siendo hora.

Es mi opinión.

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